Resumen:
El concepto de clientelismo se encuentra vinculado a una serie de prácticas indebidas que muchas veces se traducen en corrupción, pero que recurrentemente son usadas por gobiernos y partidos políticos, ya sea para obtener, mantener o ampliar el poder. Para Tosoni (2007), el clientelismo es el intercambio de bienes, servicios y favores a cambio de lealtad, obediencia y votos, bajo un principio de reciprocidad.
Esta relación de intercambio, se da si y sólo si existen agentes básicos que le den vida a la dinámica clientelar. Para Aguirre (2012), estos agentes básicos son: el patrón, ubicado en la parte superior y que busca cercanía con el cliente; el intermediario, que juega un papel central, pues dice Auyero (1996), de él depende la producción y reproducción del juego clientelar; y por último se ubica el cliente, el cual brinda lealtad, subordinación y apoyo político.
De esta manera, Aparicio (2002) asume al clientelismo político como un problema para la sociedad, ya que atenta contra uno de los derechos políticos más importantes de los ciudadanos: el voto. Por ende, también afecta su autonomía y libertad.
Lo anterior es identificado por el autor en el análisis que hace de la Encuesta Nacional sobre la Compra y Coacción del Voto (ENCCV), realizada por Investigaciones Sociales Aplicadas (ISA) en el segundo semestre del año 2000, en donde observa que en México uno de cada siete ciudadanos, es decir, aproximadamente 7.8 millones de personas mayores de 18 años, han sido sujetos a alguna acción clientelar.
Así, el clientelismo político se ha sabido adaptar a los cambios políticos y sociales. Debido a ello, y con base en la ENCCV, Cornelius (2002) apunta que se ha transitado a una modernización de prácticas clientelares. En la misma tónica, Tosoni (2007), asume que el acceso de otros partidos al gobierno ha provocado una mayor competencia electoral, por lo que se ha generalizado la estrategia de intercambio.